Alejandra González

Alejandra González asume la fotografía como un punto de partida para descubrirse a sí misma. Existe mucha introspección en su obra, catarsis y transmisión de complicidades acompañadas por relatos femeninos que merecen ser contados en un mundo patriarcal por tradición y herencia.

El poder de la imagen es uno de los recursos vitales para entender su discurso. De igual manera se vale del videoarte y del performance. En este último la artista desprende una energía singular, única por el valor de la acción y las exigencias del cuerpo, y en ese acto vuelve cómplice y deudor a los espectadores. Tal experiencia regresa a ella con un valor añadido que sabe transmutarlo aprendizaje y verdad.

Alejandra González nos habla de la desnudez sin prejuicios, tal y como llegamos a este mundo. Con el despojo de lo “no esencial” (andamiaje del vestuario) describe los cuerpos en su sentido matérico y espiritual, en esa convivencia que conforman lo físico y el sentimiento. La zona donde la anatomía humana luce limpia y sin ningún atrezo, precisamente en ese lugar, es donde la artista narra experiencias relacionadas con el dolor, el maltrato y el papel de la mujer en la sociedad, por citar algunos temas abordados en su quehacer.

Las obras de su autoría son el resultado de un ejercicio libertador, de conquista y reverencia hacia lo femenino. La joven artista, a través de la fotografía y el fotomontaje, relata diferentes historias que ha ido absorbiendo del mundo y que luego regresan a su cuerpo, a su centro, a su templo de autosanación que significa, además, un camino para expulsar los demonios internos.

Frase de la artista: “Mi obra es muy personal y a la vez catártica. Intento sanar con ella”.



 


 

 

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Alejandra González asume la fotografía como un punto de partida para descubrirse a sí misma. Existe mucha introspección en su obra, catarsis y transmisión de complicidades acompañadas por relatos femeninos que merecen ser contados en un mundo patriarcal por tradición y herencia.

El poder de la imagen es uno de los recursos vitales para entender su discurso. De igual manera se vale del videoarte y del performance. En este último la artista desprende una energía singular, única por el valor de la acción y las exigencias del cuerpo, y en ese acto vuelve cómplice y deudor a los espectadores. Tal experiencia regresa a ella con un valor añadido que sabe transmutarlo aprendizaje y verdad.

Alejandra González nos habla de la desnudez sin prejuicios, tal y como llegamos a este mundo. Con el despojo de lo “no esencial” (andamiaje del vestuario) describe los cuerpos en su sentido matérico y espiritual, en esa convivencia que conforman lo físico y el sentimiento. La zona donde la anatomía humana luce limpia y sin ningún atrezo, precisamente en ese lugar, es donde la artista narra experiencias relacionadas con el dolor, el maltrato y el papel de la mujer en la sociedad, por citar algunos temas abordados en su quehacer.

Las obras de su autoría son el resultado de un ejercicio libertador, de conquista y reverencia hacia lo femenino. La joven artista, a través de la fotografía y el fotomontaje, relata diferentes historias que ha ido absorbiendo del mundo y que luego regresan a su cuerpo, a su centro, a su templo de autosanación que significa, además, un camino para expulsar los demonios internos.

Frase de la artista: “Mi obra es muy personal y a la vez catártica. Intento sanar con ella”.