Carmen Herrera, la pintora que alcanzó el éxito mundial a los 100 años

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La artista celebró en 2016 sus 100 años de vida con una retrospectiva en el Whitney que aún se recuerda Jason Schmidt © Carmen Herrera, Courtesy Lisson Gallery

Todas las tardes, en el sofá de su casa-estudio en Nueva York, Carmen Herrera veía ópera. Le gustaba escuchar la voz de Maria Callas y disfrutar de La Traviata, Norma, La Bohème, y también un título que resume a la vez su larguísima vida y un éxito tan tardío como apabullante: La Forza del destino

Todas las mañanas, en el pupitre del gran ventanal, rodeada de orquídeas, doña Carmen dibujó hasta el final. Regla metálica, figuras geométricas y rotuladores. Había dejado de pintar en 2019. La artista cubano-americana, descubierta a los 89 años, y una de las grandes sensaciones del arte contemporáneo mundial del siglo XXI, murió el mes pasado a las puertas de cumplir 107.

Magazine recorre la vida de Carmen Herrera de la mano de algunas voces que la conocieron en sus últimos años o durante buena parte de su vida, como el artista y amigo y vecino Tony Bechara, que la empezó a frecuentar a inicios de los setenta y que le decía que la paciencia a veces lo es todo: “Carmen, si esperas, la guagua siempre acaba llegando”. A lo que la artista replicaba, entre risas: “Sí, pero es que yo he esperado casi cien años”.

“La longevidad de Carmen hace que su historia sea remarcable dado que trabajó casi en total oscuridad durante muchos años”. Al habla desde EE.UU. Alex Logsdail, máximo responsable de la prestigiosa Lisson Gallery. “Hay artistas que al principio tienen algo de éxito, pero el caso de Carmen, que trabajó de manera muy privada, fue distito pese a tener amigos como Barnett Newman o Mark Rothko”, analiza.

La pintora dibujó en el pupitre de su estudio en la calle 19 hasta su muerte a los 106 años. Jason Schmidt © Carmen Herrera, Courtesy Lisson Gallery


“En los últimos años se quedó atónita del éxito que estaba teniendo después de tanto tiempo sin reconocimiento”, atestigua Bechara, artista puertorriqueño de origen mallorquín y libanés. “La gente se pregunta cómo el mundo del arte la descubrió tan tarde. En parte –apunta- porque era mujer, cubana y no se vendía. Además -recuerda-, Carmen siempre decía que la fama era vulgar”.

Kaley Deane, directora de Lisson Gallery, trató muy de cerca a la pintora y escultora en sus últimos años: “Estamos hablando de una artista revolucionaria, que trabajaba los cuadros de manera minuciosa, dibujando muchos bocetos".

Deane recuerda que “después de la muestra de Carmen en el Whitney, ya cumplidos los 100 años, su reconocimiento empezó a ser muy alto”.la directora de la prestigiosa galería apunta justo a la figura de Bechara como la persona que impulsó y ayudó a Herrera a romper el lienzo de cristal que la aprisionó durante tantas décadas.

“La conocí en 1974 –rememora Bechara-. Estábamos montando una exposición colectiva de latinos en la Universidad de Nueva York, esas muestras que tenían títulos como Cuatro puertorriqueños y una cubana (risas). Estaba colocando su escultura junto a su marido, Jesse Lowenthal, una pieza bellísima, y empezamos a hablar. Me dijo que vivía en el 37 de la 19. ‘Pero si yo vivo en el 47 de la misma calle’, le repliqué. Aquella era una zona en la que tenían taller Donald Judd, Yayoi Kusama y Warhol, una de sus ‘factories’”.

En Nueva York trabajó sin descanso pero sin que nadie le diera demasiadas oportunidades y eso que su currículum era de órdago. “Cuando le preguntabas si le afectaba que no la reconocieran decía que sí pero que esa situación le dio libertad para seguir haciendo lo suyo -detalla Bechara-. Me decía: ‘Sigo explorando. Que te ignoren es una forma de libertad’”.

Carmen Herrera no consiguió hacerce un nombre en el mundo del arte hasta los 89 años. Aquí, en 1977 y fotografiada con 62 años en 1977 por Kathleen King © Carmen Herrera, Courtesy Lisson Gallery.

La eclosión de la pintora se produjo tan a fuego lento como larga fue su vida. De joven, viajó al París y al Berlín de entreguerras, dos calderos de libertad y arte revolucionario, ella que tuvo una educación de clase media-alta cubana, muy intelectual. 

Entre 1948 y 1953 se formó como artista, frecuentó a Jean Genet, conoció a Sartre, expuso en el Salon des Realités Nouvelles con Ben Nicholson, Ellsworth Kelly o Pierre Soulages (que cuenta con 102 años). De regreso a Nueva York se relaciona con un grupo de intelectuales judíos, como su marido: Newman, Rothko, el gran pintor Leon Polk Smith.

Bechara detalla que Herrera era muy cultivada y de aquella comunidad de pintores sólo Newman y Robert Motherwell lo eran. Otros como Willem de Kooning o Ad Reinhardt eran un poco más salvajes, habituales del The Cedar Bar donde se emborrachaban. “Ella fue dos veces y dijo que ya no iba más, no era su ambiente”, rememora.

Alex Logsdail aún se sorprende de la vitalidad y actualidad de la obra de la pintora, especialmente de algunas obras con franjas de colores que ya tienen medio siglo de vida. “Su trabajo está muy vivo, es como si fuera el de una artista joven, lo que la hace más interesante. Ya era muy vanguardista, tenía un poder, una pasión, un punto de vista particular en el que insistió e insistió a pesar de que pocas personas estaban observándola”.

La artista visitó la muestra de sus esculturas en el City Hall Park de Nueva York en 2019 © Carmen Herrera, Courtesy Lisson Gallery

Vivir muchos años y tener buena memoria no sólo ha agrandado la leyenda de Herrera sino que ha ayudado a desentrañar misterios que parecían irresolubres. “Le voy a hacer el cuento”, informa Bechara avisando que la historia es larga. Hasta hace poco siempre se estableció que la pintura acrílica se empezó a usar en Nueva York en 1955. 

“Pero Carmen contaba que, viviendo en París hasta 1953, iba a una tienda de enfrente de casa y la compraba. Los expertos del MET decían que las telas que analizaban de la pintora tenían que ser posteriores, que no podían ser de París, pero Carmen insistía”, explica el pintor puertorriqueño. La artista repetía que iba a una droguería en su calle, la Rue Campagne de Première, no en otra más conocida en la Rue de la Grande Chaumière.

¿Cómo demostrarlo años más tarde si no había rastro de esa tienda? La prueba había estado ahí todo el tiempo, en las escenas finales de Al final de la escapada (1960), el film de Godard. ¿Saben en qué calle cae Belmondo malherido? Rue Campagne de Première ¿Saben qué tienda aparece en uno de los planos? La droguería.

Herrera pensó todo el tiempo en su trabajo una vez fallecida: esbozos que se convertirán en obra de gran formato y que no podían producirse en su piso. En su quinta o sexta juventud, con 97 años, y en una entrevista aparecida en una catálogo de Phaidon lo apuntaba: 

“Para el futuro quiero hacer cosas más grandes, pero ¿cómo las saco del estudio? El ascensor es mínimo y la escalera está de aquella manera y yo no salgo nunca…”. “Para el futuro quedan las esculturas, como las que ya se han podido ver instaladas en Nueva York y los murales”, apunta Kaley Deane.

La aparente simplicidad de la obra de Herrera, que dialoga constantemente con la de sus amigos Barnett Newman o Mark Rothko, tiene esa universalidad que la hace imperecedera. “Lo simple es lo más difícil de hacer, porque cuantos menos elementos tienes menos margen tienes para combinarlos y jugar con ellos, menos margen tienes para el error, si cometes un fallo –añade Alex Logsdail- se ve enseguida”.

Carmen Herrera, que nació en 1915, pintando en 1941© Carmen Herrera, Courtesy Lisson Gallery

“Era muy elegante, muy fina, con muy buen sentido del humor y que escuchaba mucho, le interesaban las opiniones de los demás”, completa el joyero Chus Burés, que ha trabajado con artistas de la talla de Miquel Barceló, Zaha Hadid o Louise Bourgeois. “Estuve visitándola por las mañana, y por las tardes veía ópera en algún canal de televisión”, recuerda.

Durante toda la entrevista Tony Bechara ha hecho un esfuerzo monumental para no caer en la melancolía con anécdotas y risas y no es hasta el final de la conversación cuando se intuye un deje de tristeza. “Ayer fue su entierro. Su último viaje”.

 

(Texto tomado de La Vanguardia)