Roberto Diago: “Si dejo de hacer lo que hago, no soy quien soy” (Parte I)

Roberto Diago en Maxima gallery.
Roberto Diago en Maxima gallery.

Como artista, Roberto Diago ha mutado hacia múltiples formatos y si analizamos su historia de vida entendemos un poco los por qué. Sabemos de su probada calidad creativa y de su acto de resistencia cultural y reverencia a la cultura africana. “Es el leitmotiv de mi obra”, afirmó a Maxima gallery en entrevista.

De alguna manera es fácil advertir tales presupuestos, pero vayamos al origen, a la génesis misma. Diago se gradúa en la década de 1990 cuando comienza en Cuba el llamado Período Especial. Sucede un cambio brusco con graves afectaciones sociales y el arte no escapó a la crisis.

“Lo teníamos todo”, confiesa el también escultor, quien de pronto se vio con los mínimos recursos para crear, en una edad donde los propósitos son bien altos. En la Academia de San Alejandro estudia el arte povera y lo legitimó en una figuración, donde la crítica social al racismo y otros males se reflejan en buena parte de sus obras. Así surgieron piezas con telas, maderas, vidrios, metales y cajas de luz alegóricas a quiénes hemos sido, a los pesares de la raza y los estigmas sociales.

El artista no quiere olvidar el pasado, no quiere que sea historia escrita en papel y nada más, más bien pretende mostrar que ese pasado aún permanece en un mundo con una evolución a mil kilómetros por hora y, sin embargo, conserva algunos de sus males más antiguos.

“Vas descubriendo cosas y más cosas con objetos tirados, botados. Fue así como llegué a ese mundo”, reconoce.

Algunos no pensaban en la permanencia o el éxito de aquellas obras con materiales poco “atractivos”, aunque el arte povera cobraba fuerza desde décadas anteriores en el otro lado del mundo.

Como el tiempo tiene la última palabra, los resultados resultaron favorecedores para el creador: “Tengo algunas piezas guardadas, recuerdo Motivos de bosques, una serie del ‘93 que se expuso en el Pabellón Cuba, todo era con cemento y a partir del cemento iba poniendo más o menos texturas, lo iba mezclando con más cosas. Mucha gente me decía “eso no va a durar”, pues bueno, todavía están, algunas se han subastado, otras se exponen en algunos lugares como en museos”.

Sin más, Roberto Diago es el protagonista.

¿Cómo definiría la herencia artística que recibe de su familia?

Para mí ha sido lo fundacional, gracias a la educación que me dio mi abuela por parte de padre he sido lo que soy. Fue ella quien me inculcó el amor por la lectura, me traía a los círculos de interés los sábados en Bellas Artes, donde fueron profesores míos desde pequeño Oscar Morriña, ese grande de la historia del arte que a tantos historiadores formó, Mercedes Peñaranda, quien fue por mucho tiempo directora de la Acacia, la galería que más promovió a artistas durante un tiempo.

Gracias a mi abuela eso quedó en mí, ella me contaba historias de mi abuelo, de su vínculo del grupo Orígenes sobre todo con Lezama, con músicos como Bola de Nieve, además, mi abuela es hija del maestro Urfé, uno de los que creó uno de los estribillos en el danzón. En ese ambiente crecí.

                                                              

                                                   

¿Pudiera hablarnos de la reverencia de las raíces africanas en su producción?

Es una influencia notable la religiosidad, mi familia cómo me la transmitió, el barrio de Pogolotti, en ese ambiente me desarrollé y fueron valores que me fueron inculcando hasta hoy. Ya después de mayor lo tomo como resistencia, es un mundo muy injusto, racista, clasista, sexista y comienzo a darme cuenta de cómo ese virus mutó en Cuba y empecé a hablar de la racialidad más que de la religiosidad, en títulos como Mi pelo también es bueno, No soy negro soy un hombre, España devuélveme a mis dioses, Difícil no es ser hombre es ser negro, todo ese tipo de grafitis y títulos que ponía en una etapa inicial.

Hubo un debate interesantísimo con motivo de una exposición mía en el Museo Nacional con Abel Prieto, en ese entonces Ministro de Cultura, con raperos y otros artistas. Ese ha sido mi leitmotiv hasta hoy.

Reutiliza materiales como la madera, el vidrio, el hierro, ¿es una manera de hacer más contemporáneo el discurso?

Ya es como las personas lo interpreten. Resulta que soy graduado de los años 90 (del siglo XX), una época tan nefasta como la que estamos viviendo ahora con la pandemia. Se cayó el campo socialista, los graduados de las escuelas de arte que vean esta entrevista, me apoyarán en lo que digo: lo teníamos todo.

En las escuelas de arte teníamos todo, imagina que pintábamos murales con óleo búlgaro que venía por cantidades industriales. Nadie pensó que ese sol de todos los días, un día iba a dejar de salir. Cuando empezaba el curso, sino nos entregaban casi 100 pinceles, no nos daban ninguno. Había unas cartulinas búlgaras, casi todo el trabajo de Jose Bedia está hecho con ese tipo de cartulina en aquella época, que hasta para hacer chiringas la cogíamos.

Los que estudiaban música tenían un piano en cualquier sitio, casa de cultura, facultad, había pianos donde quiera. De repente nos quedamos en cero, década del ‘90, período especial. No había comida, lo básico, los apagones, y yo acabado de graduar, ¿qué me hago?

Gracias a la educación que recibimos en la academia, una educación sólida, estudiamos en la Historia del Arte un movimiento que es el arte povera, surgido en Europa como rechazo a la industrialización. Se empieza a trabajar con materiales pobres y yo me dije bueno… si ellos hacen eso, pues yo también, no puedo dejar de crear.

Hay un artista que empiezo a mirar como daba soluciones técnicas a su quehacer cotidiano y dije “esto me interesa”. Empiezo a acercarme a los materiales encontrados, todo esto comienza a darle una carga simbólica al trabajo todavía más fuerte. Me vino de maravilla hasta hoy. Si dejo de hacer lo que hago, no soy quien soy.

                                                      

                                                 

Figuras retándote de frente, sin labios y sin nariz son recurrentes en la pintura de Diago ¿Son una crítica ante el racismo latente?

Estoy retando, este collar (en referencia a la pintura Presencia, de la colección Máxima) son los grilletes que le ponían en el cuello a los esclavos, un mundo fragmentado, elemento que se ha quedado a la hora de construir las piezas, un mundo roto, divido. No hablamos suajilis ni ninguna lengua africana, pero en Cuba si hablamos nuestro castellano africanizado con muchos elementos religiosos que incorporamos como ecué, ashé.

En los ojos, te estoy mirando de frente, no de lado, sin boca porque no me dejan tener un discurso en estos tiempos de racismo, uno de los temas que ha vuelto a la palestra, se pensaba que era algo terminado, pero desgraciadamente las desigualdades sociales en las crisis afloran con elementos que estaban dormidos.

Publicado 7/02/2022